miércoles, 10 de junio de 2009

Reflexiones en vísperas del Bicentenario “MEMORIA, RECONCILIACIÓN, IDENTIDAD”

Extracto de la alocución de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia , para el Panel de clausura del Congreso Hacia el Bicentenario (2010-2016), celebrado en la Universidad Católica Argentina el 29 de mayo de 2009.


IV. Amnesia y Discordia de los argentinos

La amnesia y las diferentes enfermedades de la memoria social

25. La Memoria, ó “mnésis” de una nación, además del rencor, puede sufrir otras enfermedades o diferentes formas de “amnesia”: a) ignorancia del propio pasado, con todo lo que ello implica de incertidumbre sobre la propia raíz y herencia cultural; b) negación del pasado, que es una herida autoinfligida, pretendiendo una identidad distinta de la que se tiene; c) exaltación desmesurada de personajes, hechos o períodos de la historia, promovida por la historia oficial, que lleva a una falsa estima de la propia idiosincrasia; d) revisionismo histórico ideológico, que reinterpreta la historia oficial en función de tesis preestablecidas; e) lectura sesgada de los hechos acaecidos, seleccionando algunos en desmedro de la verdad total; f) patrioterismo o falso nacionalismo, etc. Así como la amnesia lleva a un individuo a no saber quién es, y le produce una inquietud permanente rayana en la esquizofrenia, de la misma manera la amnesia social, en sus diferentes formas, produce discordia social. Cuando un individuo o un grupo no se reconoce a sí mismo en lo que de veras es, sólo puede relacionarse con los demás a nivel de contienda.
Negación de la protohistoria

26. Al volver la mirada hacia nuestra realidad, y en particular hacia esta circunstancia del Bicentenario, la primera constatación es la negación, y hasta el desprecio de toda la realidad social y cultural preexistente al 25 de mayo de 1810. Así me lo enseñó mi escuela primaria, muy querida por otra parte. No sé cómo se lo enseña hoy. Fuera de algunas anécdotas sobre Juan de Solís que descubrió el Río de la Plata, Sebastián Caboto que fundó el fuerte Sancti Spiritus, Pedro de Mendoza que fundó la ciudad de Buenos Aires, Juan de Garay que la refundó, y alguna alusión al virreinato y a las invasiones inglesas: los tres siglos que van desde 1515 hasta 1816 eran sepultados bajo la etiqueta “la colonia”. Tres siglos que le ganan por mucho a los dos siglos de vida independiente que estamos por celebrar, y que sin duda tuvieron que ver con la plasmación de nuestra identidad nacional. Los argentinos no nacimos de golpe debajo de un repollo en 1810. Llevábamos a cuesta tres siglos de protohistoria. Llamémosla como queramos: “la colonia”, “período hispánico”. Son tres siglos que no podemos negar ni olvidar, sin condenarnos a no tener identidad.

Negación de la prehistoria

27. Tampoco podemos olvidar otros muchos siglos de prehistoria –nadie sabe cuántos-, cuando en estas latitudes habitaban sólo los aborígenes, y no había españoles, ni comerciantes ingleses u holandeses. El hecho de que en estas tierras no existan los monumentos de las culturas aborígenes, especialmente azteca, maya e inca, ni haya habido en las pampas poblaciones numerosas como en la región andina, no significa que la realidad aborigen no haya existido en la Argentina y que no exista también hoy, y que no contribuya también a nuestra identidad nacional. Recuerdo cómo reaccionaba ofendido cuando, durante mis estudios en Europa (1949-1955), me preguntaban sobre los indios de la Argentina. Respondía según me habían enseñado: “Apenas son 25.000. Y la mayoría están en la frontera”. Lo cual equivalía a decir: “Los indios en la Argentina son pocos y están bien lejos. No manchan nuestra identidad europea”.

La ilusión de ser Europa en el Río de la Plata

28. La negación de nuestras raíces aborígenes e hispánicas se expresó ya en las disputas que despuntaban en 1810. Curiosamente fuimos capaces de independizarnos de los españoles, y de contribuir a que otros pueblos – Chile y Perú – se independizasen también, pero no reconocemos que ya preexistíamos como pueblo con sus valores y desvalores. Esta negación se fortaleció luego con la corriente inmigratoria europea de fines del siglo XIX. Los seis millones de europeos que vinieron a estas playas a buscar paz, pan y trabajo, que influyó fuertemente en nuestra identidad, nos hicieron imaginar que éramos Europa en el Río de la Plata. No en vano los argentinos, siempre que podíamos, recalcábamos que no éramos latinoamericanos como los demás. Hace sólo pocas décadas descubrimos que nuestras madres ya no son más italianas y españolas, sino paraguayas, bolivianas, peruanas y chilenas. Nuestros presidentes hoy se codean más cómodamente con el presidente Chávez de Venezuela que con los del Primer Mundo. Y no pocos argentinos nietos de inmigrantes sienten que su lugar no está más en el Río de la Plata sino en la tierra de sus abuelos.
Nos guste o no, la Argentina europea es apenas un paréntesis de sesenta años (1870-1930), con un apéndice de otros diez después de la segunda guerra mundial (1945-1955). Lo cual no significa que la inmigración europea no haya aportado fuertemente y que seguirá aportando a nuestra identidad. Pero somos definitivamente una nación latinoamericana. ¿Hemos aceptado este hecho creativamente?

Vana autoglorificación

29. Una especie extraña de amnesia es la que recuerda cosas que nunca existieron. Por ejemplo, el carácter casi divino de algunos personajes históricos. Lo mismo que atribuirse como pueblo cualidades que no se tiene.
Recuerdo la indignación que me produjeron los fusilamientos del 10 de junio de 1956. Ciertamente, porque corrió sangre argentina. Pero, sobre todo, porque los interpreté como la ruptura de nuestra supuesta tradición pacifista, que nunca recurría a la violencia. Según me había enseñado mi querida escuela primaria, yo estaba embobado por el papel pacificador jugado por la Argentina en la guerra entre Bolivia y Paraguay, y con el premio Nobel de la Paz para nuestro canciller Saavedra Lamas. E, igualmente, con la neutralidad argentina en las dos guerras mundiales. “Los argentinos no declaramos la guerra a nadie porque somos pacifistas”, me decían. Hoy me duele el alma porque la escuela me engañó, a través de maestras muy buenas, engañadas también por la historia oficial impuesta desde el Ministerio Nacional de Educación. Según esa versión, la barbarie había quedado allá, en los tiempos de Rosas. Desde entonces todo en la Argentina había sido una historia maravillosa.
Me indigna haber tenido que descubrir como pastor muchas vergüenzas de nuestro pasado histórico, en especial las relativas a la matanza de los indios. Napalpí, la matanza perpetrada en 1924, contra los cosecheros, especialmente tobas y mocovíes, debería figurar en todos los manuales escolares. Y así las demás vergüenzas históricas. Pero asumiéndolas como propias, las cuales no habrían sido posibles en un pueblo que de veras hubiese sido cultor de la dignidad humana. No se puede enseñar más una historia que sólo hable de las batallas victoriosas de un ejército “no atado jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra”, como decían los manuales escolares en mi infancia. Los odios de hoy se incubaron, en buena medida, en la escuela de ayer. Si nos descuidásemos, nuestras escuelas de hoy podrían incubar los odios de mañana.

“Patrioterismo” o falso nacionalismo

30. El amor a la patria es constitutivo del ser humano. La patria es como el seno materno en el que un pueblo nace y crece. Podríamos llamarla “matria”. Solemos identificarla, modernamente, con el estado nacional. Pero su realidad es más profunda. Los judíos, aún sin estado, dispersos por muchas naciones de la tierra, han resistido como pueblo porque aún en el destierro supieron tener patria: sus tradiciones, instituciones culturales, religión, lengua.
No cabe duda que para todo pueblo es importante tener una tierra propia. Por ello se suele identificar el amor a la patria con el amor al “terruño”. Una patria sin tierra propia, estaría, en cierto grado, trunca. Lo mismo vale de que la patria tenga el sustento de una organización política internacionalmente reconocida: un estado propio, con constitución, leyes, autoridades, moneda, etc. Es lo que justificó la creación del Estado de Israel. Y es lo que está urgiendo a que se cree, por fin, un Estado palestino.

31. Visto en su integridad, el amor a la patria, o patriotismo, es sinónimo de nacionalismo verdadero. Pero toda realidad humana, también el amor a la patria, es vulnerable, y puede sufrir deformaciones. Las llamamos “patrioterismo”, “falso nacionalismo”, o nacionalismo “con zeta”. Son actitudes personales o colectivas que inducen a no apreciar debidamente, e incluso a despreciar, las otras realidades nacionales como partes integrantes de la gran familia humana. Y a enfrentar los conflictos que surgen con ellas por medio de la fuerza. ¿No es esto lo que nos sucedió con el conflicto del Atlántico Sur? Es cierto que la Argentina tiene derechos sobre las Islas Malvinas. ¿Pero justificaban que se los defendiese por la vía armada? El acompañamiento multitudinario con que la Junta Militar fue sostenida en la invasión militar de las Malvinas, indica que el amor patrio de los argentinos, al menos en ese momento, estaba fuertemente corroído por la soberbia y el desprecio de la diplomacia.

Lectura sesgada de la historia

32. La historia de nuestro pueblo debe ser asumida en su integridad, tal como es, sin prejuicios, con sus glorias y sus vergüenzas. Si las glorias son nuestras, también lo son las vergüenzas. Es inútil que pretendamos tachar períodos o personajes de nuestra historia, porque nos perseguirán como una sombra. Al respecto, vale la pena recordar cuanto dijimos los Obispos en la carta pastoral sobre la Doctrina social de la Iglesia, “Una luz para reconstruir la Nación” (11-11-2005): “La interpretación de la historia argentina está atravesada por cierto maniqueísmo, que ha alimentado el encono entre los argentinos. Lo dijimos en mayo de 1981, en Iglesia y Comunidad Nacional: ‘Desgraciadamente, con frecuencia, cada sector ha exaltado los valores que representa y los intereses que defiende, excluyendo los de los otros grupos. Así en nuestra historia se vuelve difícil el diálogo político. Esta división, este desencuentro de los argentinos, este no querer perdonarnos mutuamente, hace difícil el reconocimiento de los errores propios y, por tanto, la reconciliación. No podemos dividir al país, de una manera simplista, entre buenos y malos, justos y corruptos, patriotas y apátridas. No queremos negar que haya un gravísimo problema ético en la raíz de la crítica situación que vive el País, pero nos resistimos a plantearlo en los términos arriba recordados’ (31). A veintidós años de la restauración de la Democracia conviene que los mayores nos preguntemos si trasmitimos a los jóvenes toda la verdad sobre lo acaecido en la década del 70. O si estamos ofreciéndole una visión sesgada de los hechos, que podría fomentar nuevos enconos entre los argentinos. Ello sería así si despreciásemos la gravedad del terror de Estado, los métodos empleados y los consecuentes crímenes de lesa humanidad, que nunca lloraremos suficientemente. Pero podría suceder también lo contrario: que se callasen los crímenes de la guerrilla, o no se los abominase debidamente. Éstos de ningún modo son comparables con el terror de Estado, pero ciertamente aterrorizaron a la población y contribuyeron a enlutar a la Patria. Los jóvenes deben conocer también este capitulo de la verdad histórica. A tal fin, todos, pero en especial ustedes, fieles laicos, que vivieron en aquella época y eran adultos, tienen la obligación de dar su testimonio. Es peligroso para el futuro del País hacer lecturas parciales de la historia. Desde el presente, y sobre la base de la verdad y la justicia, debemos asumir y sanar nuestro pasado" (30).
“Hay que tener memoria”: significado argentino
33 ¿Qué entendemos los argentinos cuando decimos “hay que tener memoria”? No sé lo que significa para los niños y adolescentes que hoy frecuentan la escuela, porque no conozco qué tipo de historia se les está enseñando. Para los jóvenes significa que se quiere evitar los pasos que condujeron al País a la hecatombe de diciembre de 2001. Para los mayores de cuarenta años significa que no queremos andar nunca más el camino que nos llevó a los horrores de la década del 70, tanto de la guerrilla revolucionaria, que provocó un estado de terror, cuanto del Estado represor, que impuso el Terror de Estado, como pocos pueblos modernos lo han conocido, sólo comparable con el terror nazi de las SS de Himmler o el de la policía soviética comandada por Laurenti Beria.

34. Con respecto a lo sucedido en los ‘70, tenemos memoria cuando reconocemos que los desatinos cometidos son nuestros, aunque no los hayamos cometido personalmente cada uno de nosotros. No fueron cometidos por extra terráqueos. Brotaron en el caldo de una cultura argentina violenta, en cuya génesis cada uno de los argentinos y nuestras instituciones pusieron su grano de arena. Muy probablemente el curso de los 70 habría sido muy diferente si como personas y como pueblo los argentinos nos hubiésemos opuesto con valentía a la demencia de la guerrilla revolucionaria y de la represión descontrolada del Estado.
Cuando los argentinos decimos “hay que tener memoria”: ¿nos involucramos en lo sucedido? ¿Asumimos nuestras “responsabilidades”? ¿O lo decimos desde una ideología, excluyéndonos a nosotros, apuntando con el dedo sólo a los otros?

¿La teoría de los Ángeles y los Demonios?

35. A no pocos irrita este planteo. Apenas se intenta que se considere la situación de los años ‘70 en su totalidad, incluyendo a militares represores y a guerrilleros revolucionarios, enseguida le enrostran a uno ser defensor de la teoría de los Dos Demonios. ¿De dónde la han sacado? ¿La enunció algún gran pensador? Y aun si así hubiese sido, merece ser sometida a crítica. Estudiando en Europa (1949-1955), después del fracaso del fascismo y del nazismo, nunca escuché tal teoría en boca de nadie. Cuando les preguntaba a los italianos y alemanes por el pasado reciente, nadie me confesó haber sido nazi o fascista. Pero tampoco nadie se sacó el bulto de lo sucedido. Y mucho menos se lo tiraba todo al prójimo. Allí todo el mundo asumía el vergonzoso pasado y trabajaba por la reconstrucción material y la edificación espiritual de una democracia nueva y sólida. ¿O la teoría de los Dos Demonios es una picardía argentina, que oculta otra teoría: que en la Argentina hubo Ángeles y Demonios? Los ángeles serían los guerrilleros; los demonios serían los militares. Si ésta fuese la teoría, convendría recordar que los militares argentinos nacieron de madres argentinas, se educaron en escuelas argentinas, fueron promovidos en sus altos cargos por el parlamento argentino, y los miembros de la Junta de Comandantes, que hicieron el golpe del 24 de marzo de 1976, fueron ministros del poder ejecutivo del gobierno democrático argentino, votado por la inmensa mayoría del pueblo argentino. ¿Los militares fueron sólo un fruto malo de un árbol bueno? Jesús y el sentido común nos enseñan que “un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos” (Mt 7,18).

V. Descuido de la Memoria eclesial

36. La crítica que hacemos a la sociedad argentina sobre las diferentes formas de amnesia que sufre, es válida proporcionalmente para la Iglesia. Cuando en los primeros años de mi Decanato en la Facultad de Teología de la UCA (1972), me propuse impulsar la creación del Departamento de Historia Eclesiástica, especialmente latinoamericana, un colega me dijo: “Pero no nos vas a meter a estudiar esa historia bol…”. Era lo que él había aprendido en la escuela. La historia política anterior al 25 de mayo de 1810 era “bol….”. Por tanto, también la de la evangelización. Por lo demás, en los antiguos programas de la Facultad de Teología no figuraba la Historia de la Iglesia en la Argentina. Los clérigos de mi generación nos educamos completamente ayunos de la Historia de la Iglesia anterior al Congreso Eucarístico de 1934, salvo que pescásemos algo en la lectura que se hacía durante las comidas en el refectorio del Seminario. Lo mismo vale con respecto a la historia de la Iglesia latinoamericana. Si mal no recuerdo, el estudio de la Historia eclesiástica local comenzó a introducirse en la Facultad de Teología recién en el decanato de Mons. Lucio Gera (1965-1968). Y ello con la colaboración del P. Basán, sacerdote redentorista. Luego vino el impulso que supo darle Mons. Juan Guillermo Durán.
Hoy es alentador ver que en muchos Seminarios argentinos se dicta un curso de Historia de la Iglesia en la Argentina. Y ello no tanto para erudición, sino para comprender la Evangelización con gratitud y humildad: como un torrente impulsado por el Espíritu, formado por arroyuelos, y aún por pequeñas gotas, que son los esfuerzos de todos los miembros del pueblo de Dios, al cual venimos a sumarnos ahora los apóstoles contemporáneos. Pastores, con una visión iluminista de la Evangelización, como si la misma comenzase con ellos, fatalmente maltratarían al rebaño.
En favor de la “memoria” eclesial

37. El Dr. Tomás Auza, en el prólogo de su obra “Aciertos y fracasos sociales del catolicismo argentino”[10], tiene una frase, digna de ser meditada, relativa a la poca memoria que la Iglesia argentina tiene con respecto a su vida y labor. Refiriéndose al ímprobo trabajo que debió hacer para escribir su obra, escribe: “Tal labor no hubiera reportado esfuerzos si, como se supone, una institución como la Iglesia fuera consecuente con su tradición y guardara con esmero los testimonios de la labor de los que, sirviendo en sus filas como clero o seglares, han llevado a cabo una labor sobresaliente. Esta situación ideal no es la realidad del catolicismo argentino que, por el contrario, no tiene memoria de su pasado”.
¿Debo hablar de los esfuerzos que tuve que hacer, junto con los otros miembros de la Comisión nombrada por el Cardenal Jorge Bergoglio, presidente de la CEA, para “realizar una investigación en el ámbito eclesial sobre todo lo relativo a la muerte de Mons. Enrique Angelelli, y, en la medida que fuere necesario, sobre los hechos conexos con la misma”?[11].
Como otro botón más de muestra del descuido de nuestra memoria eclesial: éste se puso nuevamente de manifiesto en la reciente conmemoración de los treinta años de la mediación papal por el Beagle. Los mismos Obispos estábamos en la ignorancia casi absoluta sobre los pasos decisivos que se dieron desde la Conferencia Episcopal para obtener dicha mediación. Las gestiones del Cardenal Primatesta eran prácticamente desconocidas[12]. Y también las del Nuncio Apostólico Pío Laghi, si bien las de éste habían sido publicadas diez años antes[13]. La misma conmemoración de los treinta años de la mediación, realizada en la UCA, omitió tratar de dichas gestiones por ser desconocidas. Y la mediación papal pareció caída del cielo.
Pero no todas son pálidas. Alienta la frecuencia y calidad de los cursos y talleres que, en los últimos años, se organizan, a nivel nacional y regional, para el cuidado de los archivos parroquiales y curiales.

38. En orden a preservar la Memoria eclesial, me pregunto si no debería existir una institución de la Iglesia, posiblemente unida a la U.C.A., que documente los principales hechos de la vida de la Iglesia – gozosos y dolorosos - mientras se van produciendo. Igualmente, si no se deberían respetar las bibliotecas de los sacerdotes antiguos que mueren, y también las de laicos eximios. En algunos casos para agregarlas íntegras a un fondo documental. En otros, antes de dispersarlas, para hurgar en ellas toda la literatura que hace a nuestro pasado, y formar con ella una Biblioteca Histórico-Pastoral.

VI. La Identidad nacional crece por la Reconciliación

39. El tema de la identidad nacional es delicado. Se presta a la vana retórica. Y, también, al más negro pesimismo. No cabe duda que cada pueblo se distingue de los demás por su herencia y por una serie de rasgos, positivos y negativos, que va adquiriendo e integrando a su idiosincrasia. Cuanto mejor conozca su herencia cultural, y se abra al diálogo con los demás pueblos y culturas, cuanto mejor cultive sus cualidades y desarraigue con paciencia los defectos opuestos: mayor identidad tendrá. Pero no me voy a explayar en las cualidades de los argentinos, que conviene cultivar. Ni tampoco en los defectos, que urge extirpar[14]. Tampoco voy a intentar una evaluación: si en los últimos cien años los argentinos hemos crecido en identidad, o si hemos perdido parte de ella. Aquí prefiero sólo bosquejar algunos primeros pasos de un camino a seguir en orden a reconciliarnos entre nosotros y crecer en identidad.

1º) Purificarnos de todo prejuicio

40. Para alcanzar verdadera identidad, es preciso trabajar por la reconciliación de los espíritus. Y para ello, una primera tarea es la purificación del corazón y del lenguaje. El ciudadano cristiano ha de tomarse esta tarea como un deber en virtud de su fe. Para disponerse a realizarlo es preciso tener la valentía de analizar los prejuicios que lo mueven. No hay persona ni sociedad sin prejuicios. Se dan en todos los niveles: culturales, religiosos, políticos, sociales.
Prejuicio es lo que dice la palabra: un elemento pre-racional, o irracional, que se nos infiltra en la mente y en el corazón, y nos impulsa a interpretar la realidad a partir de él y a actuar en consecuencia. Es como un lente que deforma las figuras. Como el agujero de la cerradura que sólo permite ver una parte muy recortada de la realidad.
Algunos prejuicios son inofensivos. Otros son de consecuencias terribles. Algunos son adquiridos por una percepción errada de la realidad. Otros se adquieren por contagio, cediendo a la presión ambiental. Otros son heredados. Éstos son los más difíciles de extirpar, pues están incrustados profundamente en la conciencia colectiva, con el soporte de la tradición, de la escuela, de la autoridad, de los medios. Todo el mundo los repite como palabra santa, nadie los discute, se los tiene como verdades fundamentales, y tienden a concretarse en realidades imaginarias a las que hay que sacrificar todo.

2º) Identificar nuestros prejuicios

41. ¿Cuáles son los prejuicios de los argentinos? Antes aludimos a la “soberanía nacional” como prejuicio imperante en Alemania y Francia. Con él plasmaron un ídolo al que sacrificaban a sus hijos. Hasta el fracaso de la última gran guerra, no entendían que la “soberanía” es un valor relativo, respetable en la política internacional, pero que, si se lo absolutiza, se vuelve un ídolo[15], capaz de destruir la paz mundial. Los argentinos no anduvimos a la zaga de alemanes y franceses. También nosotros quedamos atrapados en el “pre-juicio” de la soberanía nacional y la convertimos en un ídolo, en cuyo honor casi nos destrozamos con los chilenos. Fue en aras del mismo que rescatamos las Islas Malvinas sin importarnos las consecuencias. ¡Y cuántos prejuicios e ídolos más! Cada uno con su fórmula mágica. Por recordar sólo algunas en boga durante las últimas décadas: “el proceso de reorganización nacional (Onganía)”, “la violencia de arriba engendra la violencia de abajo”, “Cámpora al Gobierno - Perón al poder”, “la Patria socialista”, “los argentinos somos derechos y humanos”, “la Argentina potencia”, “con la democracia se come, se educa, se cura”, “Argentina primer mundo, socia extra OTAN”. Y, ahora, “este modelo económico”. Podríamos elaborar un diccionario de prejuicios patrióticos. Casi todos riman bien, pero todos esconden alguna falacia. Fingen fantasías sobre la Argentina, que acaban por estallar. Y lo que es peor, impiden gobernar para el argentino real, de carne y hueso, el cual ansía que la política le facilite un ámbito pacífico y justo donde desarrollar sus capacidades y contribuir al bien común.

3º) Abolir toda ideología

42. En los prejuicios anidan las ideologías de todo tipo. Éstas son prejuicios evolucionados gracias a una racionalización que pretende justificarlos y a la retórica de los enunciados que les confiere cierta brillantez. Son muchos los prejuicios convertidos en ideologías. Se observan especialmente en las sociedades más cultas: el progreso indefinido, el paraíso en la tierra mediante la lucha de clases, los intereses supremos de la nación, la superioridad de la raza, el mercado con sus leyes absolutas. Las naciones que aspiran a desarrollarse no les van a la zaga. En América Latina hay un florecimiento de ideologías nuevas, donde no falta el color indigenista-neomarxista.
Toda ideología se ve a sí misma como la fórmula infalible de una humanidad nueva. De allí que se presenten como realidad absoluta y no toleren competencia. De allí, también, que las ideologías hayan promovido las luchas más sangrientas, costosas y vanas que se recuerden: el colonialismo, el capitalismo salvaje, el comunismo, el fascismo, el nazismo, el militarismo. Por ello siempre se procuran todo el poder bélico posible: desde el colosal poderío militar norteamericano, pasando por el terrorismo islámico, hasta las fuerzas guerrilleras, parapoliciales o grupos de choque.

Identidad nacional y evolución

43. Los cristianos argentinos parecemos muchas veces pensar en una identidad nacional estática, como la que un ser humano alcanza cuando niño, olvidando su crecimiento y la evolución bio-psicológica posterior. Y olvidando, también, que el mundo circundante cambia. Una persona, para permanecer siendo la misma, debe crecer, evolucionar. Esto que vale de todo individuo, vale también de la sociedad. Si el cristiano argentino no supiese detectar la evolución de la sociedad, confundiría los rasgos fundamentales de la identidad nacional y de su identidad cristiana con un modo preterido de haberlos vivido. Se encontraría pronto en “orsay”, sin saber desde dónde abordar al mundo moderno. Y sufriría en vano. Si bien el sufrimiento es inherente a la vivencia del Evangelio, cosa muy diferente es sufrir por no saber aprovechar las circunstancias cambiadas para extraer nuevas riquezas del Evangelio y anunciar al mundo la misma gozosa verdad con lenguaje nuevo.
Este me pareciera el principal desafío que tiene la Iglesia en la Argentina al cumplirse el Bicentenario del Estado Nacional. Para pensar la presencia del cristiano en la Argentina de hoy, y para que éste contribuya a su Identidad, convendría organizar otro congreso como éste, durante el sexenio 2010-2016.

Notas

[10] Cf. Cuatro volúmenes, Buenos Aires, Editorial Docencia y Ediciones Don Bosco, 1987 ss.

[11] Cfr. CEA, Prot. 336/06.

[12] Cf. Carmelo J. Giaquinta, Cómo se gestó la mediación papal que evitó la guerra entre la Argentina y Chile, Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Buenos Aires, LI, nº 503, enero 2009, pp. 3-9; Cómo se gestó la mediación, Criterio, LXXXII, marzo 2009, pp. 109-113.

[13] Bruno Passarelli, El Delirio Armado. Argentina-Chile: la guerra que evitó el Papa, Buenos Aires, 1998, Editorial Sudamericana, pp. 299.

[14] Se puede ver; C. J. Giaquinta, “Para una conciencia ciudadana, en Criterio, nºs 2294-2295, pp. 280-285, 381-383; especialmente, Siete pecados capitales, pp. 284-285.

[15] La palabra “ídolo” viene del griego “eidólon”, “apariencia”. Parece una realidad, pero no lo es. Pero no por ello el ídolo deja de tener poder. Un fantasma, que es pura apariencia, puede espantar y producir un desastre

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